Al piloto de Red Bull de 22 años, cuando crecía en Nueva Zelanda, le advirtieron que sus sueños de triunfar en la Fórmula 1 probablemente no darían frutos, pero sus padres creyeron en él y renunciaron a su hogar para financiar su pasatiempo de karts, y sus hermanas tuvieron que dejar la danza competitiva.
Le dijo al periódico The Times: "Mis padres lo dejaron todo por mí. Vendieron nuestra casa y empezamos a vivir de alquiler. Mis hermanas eran bailarinas irlandesas nacionales e internacionales. Competían en Nueva Zelanda, Australia y tenían planes de competir en Estados Unidos, pero tuvieron que parar porque mi karting era demasiado caro”.
“En Nueva Zelanda es bastante triste –y espero poder cambiarlo– existe la creencia de que es imposible llegar a la Fórmula 1. Mucha gente me dijo que no podía hacerlo y que era mejor que buscara otras categorías”, añadió.
Liam tenía solo siete años cuando comenzó a competir en carreras de karts, pero las cosas empezaron con lentitud y, aunque él culpaba a su vehículo, su padre pensaba que era un conductor de "m***", hasta que una mejora demostró su talento: “Cuando empecé a competir en karts, mis primeros 12 meses, terminé último. En todas las carreras. Ni siquiera estaba cerca. El grupo se alejaba de mí y yo conducía solo en la parte de atrás. Cuando tenía seis o siete años, decía: "Papá, mi kart apesta". No lo supe hasta hace poco, él me decía: "Lo sé, apesta", ¡pero pensaba que yo era una m***!”.
“Después de unos 12 meses de insistirle a mi padre para que me comprara un kart mejor y un motor mejor, invirtió en dos motores conocidos; recuerdo haber instalado este motor para la clasificación por primera vez. Mirando a mi padre y él mirándome como diciendo: 'Bueno, este es el momento en el que nos enteramos “Ya sea que esté jodido o no, salí y clasifiqué en la pole. Nos dijimos: ‘Mierda’. Ese fue el momento en el que el karting se volvió realmente serio”, finalizó.