El pilar de 33 años dejó el Reino Unido para fichar por el club francés el verano pasado y adora la pasión de la fiel afición de la pequeña ciudad.
Declaró al periódico The Guardian: "Nuestro estadio tiene capacidad para 12.000 espectadores, así que una cuarta parte de la ciudad se agolpa. A un minuto del campo se pueden oír los tambores y ver el humo de las bengalas. Hay una mentalidad de asedio constante aquí. Significa mucho para la ciudad cuando triunfamos en el campo, hasta el punto de ver a la afición llorar antes del partido, y no solo porque se han pasado con los Ricards o los aperitivos".
“Realmente sientes que representas a todos, desde llevar a los niños al colegio, recoger la baguette por la mañana, hasta comprar la côte de boeuf en la carnicería; interactúas con toda esa gente”, añadió.
Will tiene una aficionada en particular a la que siempre cuida, ya que han desarrollado un ritual previo al partido: “Hay una anciana con la que ahora tengo una superstición, llamada Huguette. Antes de cada partido me espera en el estadio y tengo que besarla en la mejilla.
Tiene un dicho para la buena suerte —no sé si me está tomando el pelo—: merde, merde.
Entra al campo y se perfuma antes de cada partido. No lo hizo antes del partido contra el Burdeos [en diciembre], que perdimos, y me lesioné la pantorrilla en la segunda parte. Estaba desconsolada. 'Fue culpa mía, no me perfumé'”. No estuve ahí para ti”.
“Si gano un penalti en el scrum en el Stade Pierre-Fabre, es como si anotara un ensayo de 20 metros. Simplemente explotan. La energía mental que le quita al rival y te da a ti es increíble”.
Sin embargo, Will admitió que le ha costado adaptarse al clima más soleado. “Hace demasiado calor, la verdad. Soy el clásico inglés quemado a mediados de abril”, finalizó.
